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La ciudad de Dios

CAPÍTULO III

De cómo piensa el Santo aprovecharse de la historia que manifiesta los trabajos acaecidos á los romanos cuando adoraban los dioses y antes que se cimentase la religión cristiana, Pero advierte que cuando refiero estas particularidades hablo todavía con los ignorantes, de quienes dimanó aquel refrán común: «no llueve, la culpa es de los cristianos»; porque entre ellos hay algunos instruídos en su literatura y aficionados á la historia, por la que saben lo que sucedió en los primeros siglos, en que los Apóstoles y santos obispos predicaban el Evangelio á [as naciones y establecían con sólidos cimientos la fábrica de la Iglesia, que no podrá caer aunque todos los herejes se reunan para arruinarla.
Pero estos engreidos y preocupados literatos, por malquistarnos con la turba de los ignorantes, fingen ó disimulan que no tienen tal noticia, queriendo dar á entender al mismo tiempo al vulgo que las calamidades y aflicciones con que en ciertos tiempos conviene castigar á los hombres, suceden por culpa del nombre cristiano, el cual se extiende y propaga con aplauso y fama por todo el ámbito de la tierra, mientras que se desmembra la reputación de sus dioses. Recorran, pues, con nosotros los tiempos anteriores á la venida del Salvador, y á la deseada época en que su augusto nombre se manifestó á las gentes con aquella gloria y majestad que en vano envidian, y advertirán con cuántas calamidades, y tan extraordinarias, ha sido afligido incesantemente el imperio romano, y en ellas excusen y defiendan á sus dioses si pueden; y si es caso que los adoran por no padecer estas desgracias, de las cuales, si en la presente constitución sufren alguna, procuran echarnos la culpa, pregunto, pues, ¿por qué permitieron los dioses que á sus