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La ciudad de Dios

gos sagrados, observábamos los linfáticos ó furiosos, oíamos los músicos y gustábamos de los torpes juegos que se celebraban en honra de los dioses y de las diosas.

A la celestial virgen Berecynthia, madre de todos los dioses, en el día solemne que la sacaban procesionalmente, delante de sus andas la cantaban los escénicos cánticos tan obscenos, que no sería justo los oyera, no digo la madre de los dioses, pero ni la de cualquier Senador ó persona honesta; y, lo que es más, ni aun las madres de los mismos escénicos, porque retiene para con los padres el respeto y pudor humano una cierta reverencia que no puede quitársela aun la misma torpeza; y así las mismas expresiones feas y abominables que decían y ejecutaban (y que se avergonzaran los mismos escénicos de hacerlas por vía de ensayo en sus casas y á presencia de sus madres) las hacían por las calles públicas delante de la madre de los dioses, observándolo y oyendo el concurso innumerable de gentes que se congregaba á estas fiestas. Pero si los incrédulos pudieron hallarse presentes á estas damnables funciones, permitiéndoselo la curiosidad, por lo menos por el escándalo público y ofensa de la castidad debieron con fundirse. Y á qué llamaremos sacrilegios si éstas eran ceremonias sagradas? ¿A qué profanación, si aquella era purificación? A estas indecentes operaciones llamaban férculos, 6, como si dijéramos, platos en que los demonios, como si celebraran convite y usando de estos manjares, se apacentaban y complacían. Y ¿quién hay tan inconsiderado que no advierta qué clase de espíritus son los que gustan de semejantes torpezas? Esto es, aquellos que ignoran que hay espíritus inmundos que engañan á las gentes con el dictado de dioses; ó los que hacen tal vida, que en ella desean tener antes á estos propicios, ó temen tenerlos enojados más que al verdadero Dios.