Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/104

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
86
San Agustín

CAPÍTULO V

De las torpes deshonestidades con que honraban á la madre de los dioses sua devotos.


Bien desearía en el presente asunto no tener por jueces á los que procurar primero que oponerse entretenerse con los vicios de su mala vida y costumbres; y únicamente apetecería tener por mi censor al mismo Scipión Nasica, á quien el Senado eligió como hombre de suma bondad para recibir la estatua de la madre de los dioses, que introdujeron con pompa y aparato en la ciudad. Este nos diría si deseaba que su madre hubiera hecho tantos benefleios á la república, que por ellos se le decretaran las honras divinas, así como consta que los griegos, los romanos y otras naciones se eatablecieron á diversos sujetos, por la grande estimación que hicieron de las gracias que de ellos recibieron, creyendo que, colocados en el número de los inmortales, estaban ya admitidos en el catálogo de los dioses. Ciertamente que una felicidad tan grande, si fuera posible, la apetecería Scipión para su madre. Pero si le preguntáramos en seguida si le gustaría que entre sus divinos honores se celebraran las torpezas y deshonestidades, seguramente clamaría que quería más que su madre permaneciese muerta sin sentido alguno, que, cons.tituida diosa, viviese para oir semejantes obscenidades.

No es posible que un senador romano, perseverando en el mismo sano juicio con que prohibió se edificase un teatro en una ciudad poblada de gente valerosa, gustara que se diese culto á su madre en tales términos, que, numerada entre las diosas, la aplacaran con ceremonias tales, la que estando solamente en la clase de las matronas se ofendería de oir semejantes expresiones. Tam-