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San Agustín

dioses, sino invenciones, de los hombres, quienes, poseyendo naturalmente utilísimos ingenios, procuraron con la fecundidad de su discurso descubrir lo que estaba encubierto en los arcanos de la naturaleza, buscando con la mayor exactitud aquello que se debía desear ó huir en la vida y costumbres; y, por último, que era aquel arcano que, observando escrupulosamente las reglas del discurso y argumentación, concluía con cierto y necesario enlace de términos, ó que no concluía, ó asimismo repugnaba. Algunos de estos célebres filosófos hallaron y conocieron, con el auxilio divino, cosas grandes, así como erraron en otras que no podían alcanzar por la debilidad de conocimientos que por sí posee la humana naturaleza, especialmente cuando á su altanería y caprichos se oponía la divina Providencia; en cuyo ejemplar y otros muchos se nos hace ver claramente cómo el camino de la piedad y de la religión comienza y se fomenta en la humildad hasta elevarse al cielo, de todo lo cual tendremos después tiempo para discurrir y disputar, ai fuese la voluntad de nuestro gran Dios. Con todo, si los filósofos encontraron algunos medios que puedan servir para vivir bien y conseguir la bienaventuranza, ¿con cuánta más razón se les debería haber decretado las honras divinas? ¿Cuánto más decente y plausible fuera se leyeran en el templo los libros de Platón, que no que en los templos de los demonios se castraran los Galos, se consagraran los hombres más impúdicos, se dieran de cuchilladas los furiosos y se ejercieran todos los demás actos de crueldad y torpeza, ó torpemente crueles, ó cruelmente torpes, que suelen celebrarse en las fiestas y entre las ceremonias sagradas de los dioses? ¿Cuánto más importante sería para instruir y enseñar á la juventud la jus ticia y buenas costumbres, leer públicamente las constituciones y estatutos de los antepasados que alabar