Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/109

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
91
La ciudad de Dios

vanamente las leyes de los dioses? Porque todos los que adoran á semejantes dioses, luego que les tienta el apetito, como dice Persio en la sátira tercera, abrasador de un vivo fuego sensual, más ponen la mira en lo que Júpiter hizo que en lo que Platón enseña, ó en lo que á Catón le pareció. Por eso leemos en Terencio de un mozo vicioso y distraído que, mirando un cuadro colocado en la pared, donde estaba primorosamente pintado el suceso de que en cierto tiempo Júpiter hizo llover en el regazo de Danae el rocío de oro, fundó en esta alusión la causa y defensa de su torpeza y mala conducta, jactándose que en ella imitaba á Dios. ¿Y á qué Dios dice? «A aquel que hace temblar los más altos templos y edificios, tronando desde el cielo; y yo, siendo un puro hombre, no lo había de hacer? En verdad que así lo he ejecutado, y de muy buena gana»: de este modo raciocinaba este iluso.



CAPÍTULO VIII

De los juegos escénicos adonde, aunque se referían las torpezas de los dioses, ellos no se ofenden, antes se aplacan.


Dirán acaso los defensores de estas falsas deidades, que no se enseñan estas obscenidades en las ceremonias sagradas de los dioses como se ven escritas en las fábulas de los poetas. No pretendo decir que los místicos ritos son aún más obscenos que los actos que se representan en el teatro: sólo digo lo mismo que persuade la historia á los que lo niegan, y es, que los juegos escénicos donde reinan las ficciones de los poetas, no los inventaron é introdujeron los romanos en las ceremonias sagradas de sus dioses por motivo de ignoran-