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La ciudad de Dios

ron de este principio: los dioses mismos fueron los que pidieron se les sirviese con ellos; y á vista de este particular precepto, ¿cómo menosprecian al escénico por euyo ministerio se sirve á Dios? ¿Y con qué valor se nota y castiga al que representa la fábula en el teatro al mismo tiempo que se adora al que lo pide? En esta controversia se hallan desavenidos en sus dictámenes los griegos y los romanos. Los griegos opinan que hacen bien en honrar á los escénicos, supuesto que adoran á los dioses que les piden tales juegos, y los romanos no consienten que se deslustre y desacredite con los escénicos una tribu de gente plebeya, cuanto más el orden de los senadores. Mas en esta disputa se resuelve el punto de la cuestión con este argumento: proponen los griegos: si han de adorarse los tales dioses, por la misma razón debe honrarse á los que ejecutan aus juegos; resumen los romanos: pero de ningún modo se debe dar honor á tales hombres, Concluyen los cristianos: luego por ninguna razón se debe adorar tales dioses.



CAPÍTULO XIV

Que Platón, que no admitió á los poetas en una ciudad de busnas costumbres, es mejor que los dioses que quisieron los honrasen con juegos escénicos.


Pregunto aun más: ¿por qué razón no hemos de tener por infames, como á los escénicos, á los mismos poetas que componen estas fábulas, á quienes por la ley de las Doce Tablas se les prohibe el ofender la fama de los ciudadanos y se les permite expresar tantas ignominiascontra los dioses? ¿Cómo puede caber en una razón rectamente dirigida, y menos en la justicia, que se tengan