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La ciudad de Dios

texto de fiestas y espectáculos, y no recibirlas por mujeres con voluntad de sus padres, sino robarlas por fuerza, según cada uno podía? Porque si fuera mal hecho el negarlas los sabinos cuando se las pidieron, ¿cuánto peor fué el robarlas, no dándoselas? Más justa fuera la guerra con una nación que hubiera negado sus hijas á sus vecinos por mujeres después de habérselas pedido, que con las que pretendían, despues se las volviesen por habérselas robado. Esto hubiera sido entonces más conforme á razón, pues, en tales circunstancias, Marte pudiera favorecer á su hijo en la guerra, en venganza de la injuria que se les hacía en negarles sus hijas por mu jeres, consiguiendo de este modo las que pretendía; porque con el derecho de la guerra, siendo vencedor, acaso tomaría justamente las que sin razón le habían negado: lo que sucedió al contrario, mediante á que sin motivo ni derecho robó las no dadas, sosteniendo injusta guerra con sus padres, que justamente se agraviaron de un crimen tan atroz. Sólo hubo en este hecho un lance que verdaderamente pudo tenerse por un suceso de suma importancia y de mayor ventura, que aunque, en memoria de este engaño permanecieron las fiestas del Circo, con todo, este ejemplar ni su memoria no se aprobó en aquella magnífica ciudad; y fué, que los romanos cometieron un error muy craso, más en haber canonizado por su dios á Rómulo, después de ejecutado el rapto, que en prohibir que ninguna ley ó costumbre autorizase el hecho de imitar semejante robo. De esta justicia y bondad resultó, que después de desterrados el rey Tarquino y sus hijos, de los cuales Sexto había forzado á Lucrecia, el cónsul Junio Bruto hizo por fuerza que Lucio Tarquino Colatino, marido de Lucrecia, y su compañero en el consulado, varón inocente y virtuoso, por sólo el nombre y parentesco que tenía con los tarquinos renunciase el oficio, no per-