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La ciudad de Dios

de Salustio, quien, habiendo dicho en honor de los romanos (que es de donde empezamos nuestra exposición) que la justicia y bondad entre ellos no valía más por las leyes que por su buen natural, celebrando la gloriosa época en que, desterrados los reyes, creció insensiblemente y en un breve tiempo aquella admirable ciudad; sin embargo, el mismo Salustio, en el libro I de su historia y en su principio, confiesa que, aun casi en el mismo instante en que extinguido el poder real se estableció el consular, á muy poco tiempo padeció la República considerables vejaciones y agravios de los poderosos; por lo que resultaron divisiones entre el pueblo y los senadores, sin referir las discordias y daños que en seguida acaecieron; pues habiendo relacionado cómo el pueblo romano había vivido con laudables costumbres y mucha concordia, aun en aquellos tiempos calamitosos en que la segunda y última guerra de Cartago atrajo considerables males, y habiendo asimismo expuesto que la causa de esta felicidad fué, no el amor de la justícia, sino el miedo de la poca seguridad de la paz que había ínterin se sustentaba Cartago en su grandeza, que era la razón porque también Nasica no quería se destruyera á Cartago, para de este modo reprimir la disolución, conservar las buenas costumbres y refrenar con el miedo los vicios. Luego prosigue, y dice el mismo Saluatio: «pero la discordia, la avaricia, la ambición y los demás vicios y desgracias que suelen resultar de laa prosperidades, crecieron extraordinariamente después de la destrucción de Carta go, para que entendiésemos que antes también no sólo solían nacer, sino igualmente crecer, los vicios»; y dando la razón por qué se explica en estos términos, prosigue diciendo: «porque hubo vejaciones y agravios que cometían los poderosos, de lo que procedía la división entre los senadores y el pueblo, y otras discordias do-