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La ciudad de Dios

trucción de Cartago, como lo insinuó el mismo Salustio; y del modo que este historiador recopila y describe en compendio estos tiempos que pueden examinarse en su historia, es fácil observar con cuánta malicia y corrupción de costumbres, nacida de las prosperidades, se fueron coinquinando hasta el calamitoso tiempo de las guerras civiles. Desde esta época (como dice) las costumbres de los antepasados, no poco a poco, como á antes, sino como un arroyo que precipita y hace correr con ímpetu la furia de una avenida, se relajaron en tanto grado y la juventud se estragó tanto con las galas, deleites y avaricia, que con razón se dijo de ella que había nacido una gente que no podía tener hacienda, ni sufrir que otros la tuviesen. Dice Salustio muchas cosas acerca de los vicios de Sila y de los demás desórdenes de la República, en lo que convienen todos los escritores, aunque se diferencian mucho en la elocuencia. Ya veis, á lo que entiendo, y cualquiera persona que quiera advertirlo fácilmente podrá notar, le relajación y corrupción de costumbres en que estaba sumergida Roma antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Acaeció, pues, esta desenfrenada disolución no sólo antes que Cristo encarnase y predicase personalmente su divina doctrina, sino también aun antes que naciese de la Virgen Santísima; y supuesto no se atrevieron á imputar los graves males acaecidos por aquellos tiempos, ya fuesen los tolerables al principio, ó los intolerables y horribles sucedidos después de la destrucción de Cartago; no atreviéndose, digo, á imputarlos á sus dioses, que con maligna astucia sembraban en los humanos corazones unas opiniones y principios prevaricadores de donde naciesen semejantes vicios, ¿por qué tienen la osadía de atribuir los males presentes á Cristo, quien por medio de una doctrina sana nos priva por una parte la adoración de los falsos