Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/134

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
116
San Agustín

les fuera más agradable; que pidan los juegos y fiestas que fuesen de su voluntad y pudiesen alcanzar de sus adoradores, con tal que procuren con todo su esfuerzo que esta felicidad momentánea esté segura de las invasiones del enemigo, de los funestos efectos del contagio y de cualquiera otra calamidad; ¿y qué hombre cordato ó de sano juicio habrá que quiera comparar esta república, no digo yo con el Imperio romano, sino con la casa de Sardanápalo, quien, siendo por algún tiempo rey de los asirios, se entregó con tanta demasía á los deleites que mandó se escribiese en su sepulcro que después de muerto sólo conservaba lo que había devorado y consumido en vida su torpe apetito? Si la suerte hubiera dado á los romanos por rey á Sardanápalo, y contemporizara y disimulara estas torpezas sin contradecirles de modo alguno, sin duda de mejor gana le consagraran templo y flamen que los antiguos romanos á Rómulo.

SAN AGUSTIN CAPÍTULO XXI Lo que sintió Cicerón de la república Romans, Pero si no hicieron caso del erudito escritor, que llamó á la república romana mala y disoluta, ni cuidan de que esté poseída de cualesquiera torpezas y costumbres abominables y corrompidas, con tal que exista y persevere: digan como no sólo se hizo procaz y disoluta (como dice Salustio), sino que, según enseña Cicerón, en aquella época había ya perecido del todo la república, ain quedar rastro ó memoria de ella: introduce, pues, en el raciocinio este sabio orador al valeroso Scipión, aquel mismo que destruyó á Cartago, disputando en