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San Agustín

la buena conducta de nuestra patria elegía varones insignes, quienes conservaban en su primer esplendor las costumbres é institutos de sus mayores; pero nuestro siglo, habiendo recibido el gobierno del estado como una pintura hermosa que se deteriora y desmejora con la antigüedad, no solamente no cuidó de renovarla los mismos colores que solía tener y la hacían brillar, pero ni aun procuró que por lo menos conservase la forma y sus últimos lineamentos: porque ¿qué retenemos ya de las antiguas costumbres con que dice estaba en pie la república romana, las cuales vemos tan desacreditadas y olvidadas que no sólo no se estiman, pero ni aun las conocen? Y de los varones puedo decir que las mismas costumbres perecieron por falta de varones que las practicasen, de cuya desventura no solamente hemos de dar la razón, sino que también, como reos de un crimen capital, hemos de dar cuenta ante el juez de esta causa, en atención á que por nuestros propios vicios, no por accidente alguno, conservamos de la república sólo el nombre; pero la subatancia de ella realmente hace ya tiempo que la perdimos.» Esto, confesaba Cicerón, aunque mucho después de la muerte de Africano, á quien hizo disputar en sus libros sobre el asunto de república, pero todavía antes de la venida de Jesucristo, lo cual, si se divulgara, sé opinara y se dijera cuando ya florecía la religión cristiana, ¿quién hubiera entre éstos que no le pareciera que se debía imputar esta relajación á los cristianos? ¿Por qué razón no procuraron aus dioses que no pereciera ni se perdiera entonces aquella república, la cual Cicerón muchos años antes que Cristo naciese de la Santísima Virgen, tan lastimosamente llora por perdida? Examinen atentamente los que tanto la ensalzan, qué tal fué aun en la época en que florecieron aquellos antiguos varones y celebradas costumbres; si acaso floreció en ella la verdadera justicia, ó si qui-