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San Agustín

de sus más clásicos autores, ya mucho antes de la venida de Cristo se había hecho mala y disoluta, ó, por mejor decir, no era ya la república, y había perecido del todo con sus perversas costumbres; luego para que no se extinguiese, los dioses, sus protectores, debieran dar particulares preceptos al pueblo que los adoraba para uniformar su vida y costumbres, siendo así que los reverenciaba y daba culto en tantos templos, con tantos sacerdotes, con tanta diferencia de sacrificios, con tantas y tan diversas ceremonias, fiestas ó solemnidades, con tantos y tan costosos regocijos y representaciones teatrales; en todo lo cual no hicieron los demonios otra cosa que fomentar su culto, no cuidando de inquirir cómo vivían antes, y procurando que viviesen mal; pero si todo esto lo hicieron por puro miedo en honra y honor de los dioses, ó si éstos les dieron algunos saludables preceptos, tráiganlos, manifiestenlos y léannos qué leyes fueron aquellas que dieron los dioses á Roma y violaron los Gracos cuando la revolvieron y turbaron con funestas sediciones, cual fueron Mario, Cinna y Carbon, que fomentaron las guerras civiles, cuyas causas fueron muy injustas, y las prosiguieron con grande odio y crueldad, y con mucha mayor las acabaron, las cuales, finalmente, el mismo Sila, cuya vida y costumbres con las impiedades que cometió, según las pinta Salustio y otros historiadores, ¿á quién no causan horror? ¿Quién no confesará que entonces pereció aquella república? ¿Acaso por semejantes costumbres experimentadas reiteradamente en Roma, se atreverán, como suelen, á alegar en defensa de aus dioses aquella expresión de Virgilio en el libro II de la Eneida, donde dice «que todos los dioses que sustentaban en pie aquel imperio se marcharon, desamparando sus templos y aras?» Si lo primero es así, no tienen que quejarse de la religión cristiana, pretendiendo