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La ciudad de Dios

que, ofendidos de ella aus dioses, los desampararon; pues sus antepasados muchos años antes, con sus costumbres, los aventaron como á moscas de los altares de Roma; pero, con todo, ¿á dónde estaba esta numerosa turba de dioses cuando mucho antes que se estragasen y corrompiesen las antiguas costumbres, los galos tomaron y quemaron á Roma? ¿Acaso estando presentes dormían? Entonces, habiéndose apoderado el enemigo de toda la ciudad, sólo quedó ileso el collado ó monte Capitolino, el cual también le hubieran tomado si, durmiendo los dioses, por lo menos no estuvieran en vela los gansos, de cuyo suceso resultó que vino á incidir Roma casi en la misma superstición de los egipcios, que adoran á las bestias y á las aves, dedicando sus solemnidades al ganso; mas no disputo por ahora de estos males casuales que conciernen más al cuerpo que al alma, y suceden por mano del enemigo ó por otra desgracia ó casualidad. Ahora únicamente trato de la relajación de las costumbres, las cuales, perdiendo al principio poco a poco sus bellos colores y desempeñándose después al modo de la avenida de un arroyo arrebatado, causaron, aunque subsistían las casas y los muros, tanta ruina en la república, que autores gravísimos de los suyos no dudan afirmar que se perdió entonces; y para que así fuese, hicieron muy bien en marcharse todos los dioses, desamparando sus templos y aras; si la ciudad menospreció los preceptos que les habían dado sobre vivir bien, con rectitud y justicia; pero, pregunto ahora: ¿qué tales fueron estos dioses que no quisieron vivir ni conversar con un pueblo que los adoraba, á quien viviendo escandalosamente no enseñaron á vivir bien?

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