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San Agustín

CAPÍTULO XXIII

Que las mudanzas de las cosas temporales no dependen del favor ó contrariedad de los demonios, sino de la voluntad del verdadero Dios.


¿Acaso no es demostrable que aunque estas mentidas deidades alentaron y ayudaron á los romanos á perpetrar y ejecutar sus torpes apetitos, no obstante, es averiguado que no les asistieron para refrenarlos? ¿Por qué los que favorecieron á Mario, hombre nuevo y de baja extracción, cruel autor y ejecutor de las guerras civiles, para que fuese siete veces cónsul, y que en su séptimo consulado viniera á morir viejo y lleno de años, no le patrocinaron asimismo á efecto de que no cayera en manos de Sila, que había de entrar luego vencedor? ¿Por qué no le ayudaron también para que se templara y evitara tantas y tan inmensas crueldades como hizo? Pues si para esta empresa no le ayudaron sus dioses, ya expresamente confiesan que, sin tener uno á sus dioses propicios y favorables, es factible que consiga la temporal felicidad que tan sin término codicían, y que pueden algunos hombres, como fué Mario, á despecho y contra las disposiciones y voluntad de los dioses, adquirir y gozar de salud, fuerzas y riquezas, de honras y dignidades y larga vida; y que pueden igualmente algunos hom res, como fué Régulo, padecer y morir muerte afrentosa en cautiverio, servidumbre, pobreza y desconsuelo estando en gracia de los dioses, lo cual, si conceden que es así, confiesan en breves palabras que de nada sirven, y que en vano los reverencian; porque si procuraron que el pueblo se instruyese en los principios más opuestos á las virtudes del alma y á la honestidad de la vida, cuyo premio