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San Agustín

ban lo posible que el vencedor de sus mismos ciudadanos se rindiese vencido y cautivo á los vicios nefandos, y por ellos más estrechamente á los mismos demonios.

SAN AGUSTIN



CAPÍTULO XXV

Cuánto incitan á los hombres á los vicios los espiritus malignos, cuando para hacer las maldades interponen su ejemplo como una autoridad divina, Y de cuanto va referido ¿quién no entiende, quién no advierte, sino es el que gusta más de seguir é imitar semejantes dioses que apartarse con la divina gracia de su infame sociedad, cuanto procuran los malignos espíritus acreditar los vicios y maldades con su ejempło como con cierta autoridad divina? En cuya comprobación decimos, que en una espaciosa llanura de tierra de campaña, adonde poco después los ejércitos civiles se dieron una reñida batalla, los vieron á ellos mismos pelear entre sí; allí se oyeron primero grandes rumores y estruendos, y luego refirieron muchos que habían visto por algunos días pelear mutuamente dos ejércitos: y, concluida la batalla, hallaron como huellas de hombres y caballos, cuantas pudieran imaginarse de un encuentro igual.
Ahora, pues, si de veras pelearon los dioses entre sí, no se culpen ya las guerras civiles entre los hombres, sino considérese la malicia ó miseria de estos dioses; y si fingieron que pelearon, ¿qué otra cosa hicieron sino que trayendo entre sí los romanos guerras civiles, darles á entender no cometían maldad alguna teniendo aquel ejemplo de los dioses? A la sazón ya habían comenzado las guerras civiles, y precedido algunos casos horrorosos y abominables de tan