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La ciudad de Dios

fieras batallas; y asimismo habia ya conmovido los corazones de muchos el fatal suceso acaecido á un soldado que, despojando á otro que había muerto, descubriendo su cuerpo, conoció que era su hermano, y abominando de las guerras civiles se mató asimismo en el mismo lugar, haciendo así compañía al difunto cuerpo de su hermano; cuyo fatal acontecimiento sin duda les persuadía, no precisamente el que se avergonzasen y arrepintiesen de una maldad tan execrable, sino el que creciese más y más el furor de tan perjudiciales guerras: luego estos demonios á quienes ellos tenían por dioses y les parecía debían adorarlos y reverenciarlos, quisieron aparecerse á los hombres peleando entre sí, para que, á vista de este espectáculo, no recelase el afecto y amor de una misma patria semejantes encuentros y combates; antes sí, el pecado y error humano se excusase con el ejemplo divino. Con este ardid prescribieron también los malignos espíritus que se les consagrasen los juegos escénicos, de los que he referido ya circunstanciadamente algunas particularidades, y en los que han celebrado tantas abominaciones de los dioses, así en los cánticos y músicas del teatro como en las representaciones de las fábulas, para que todo el que creyese que ellos hicieron tales acciones, y asimismo el que no lo creyese, no obstante, viendo que ellos querían gustosamente que se les ofreciesen semejantes flestas, seguramente los imitase: y para que ninguno imagine cuando los poetas cuentan que pelearon entre sí, que habían escrito contra los dioses injurias y oprobios, y no acciones propias de su divinidad, ellos mismos, para engañará los hombres, confirmaron los dichos de los poetas, es á saber, mostrando á los ojos humanos sus batallas, no sólo por medio de los escénicos en el teatro, sino también por sí mismos en el campo.

Nos ha movido á referir esto el observar que sus pro.