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San Agustín

CAPÍTULO XXVII

Con cuánta pérdida de la disciplina pública hayan consagrado los romanos, para aplacar á sus dioses, las torpezas de los juegos.


Tulio, aquel varón tan grave y tan excelso filósofo, cuando comenzó á ejercer el oficio de edil, clamaba delante del pueblo que entre las demás cosas que portenecían á su oflcio era una aplacar á la diosa Flora con la celebridad de los juegos, los cuales suelen celebrarse con tanta más religión cuanta es mayor la torpeza. Dice en otro lugar, siendo ya cónsul, que en un urgente peligro en que se vió la ciudad se habían continuado los juegos por diez días, y que no se había omitido circunstancia alguna para aplacar á los dioses; como si no fuera más conveniente enojar á semejantes dioses con la modestia, que aplacarlos con la torpeza; y hacerlos con la honestidad enemigos, antes que ablandarlos con tanta disolución: porque no pudieran causar tan graves daños, por más fiereza y crueldad que usaran los enemigos por cuyo respeto los aplacaban, como causaban ellos con hacerse aplacar con tan abominables impurezas; pues para excusar el daño que se temía causaría el enemigo en los cuerpos, se aplacaban los dioses de tal manera, que se extinguía la fuerza y el valor en los ánimos, mediante á que aquellos dioses no se habían de poner á la defensa contra los que combatían los muros, si primero no daban en tierra y arruinaban las buenas costumbres. Esta aplacación de semejantes dioses, deshonesta, impura, disoluta, desenfrenada y torpe en extremo, á sus ministros ejecutores condenó en el honor el honrado pundonor y buen natural de los primeros romanos, los privó de su tribu, los reconoció por torpes .