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La ciudad de Dios

y deshonestos, y los dió por infames. Esta aplacación, digo, de semejantes dioses, digna de vergüenza y de que la abomine la verdadera religión; estas fábulas torpes y llenas de calumnias contra los dioses y estas ignominiosas acciones de los dioses, maligna ó torpemente fingidas, ó más maligna y torpemente cometidas, dándoles públicamente ojos para ver y orejas para oir tales impurezas, las aprendía generalmente toda la ciudad. Estas representaciones veia que agradaban á los dioses, y por tanto creía que no sólo las debía recitar públicamente, sino que era razón imitarlas también, y no aquel no sé qué, ó de bueno ó de honesto que se manifestaba á tan pocos y tan en secreto; mas de tal modo se decía, que más temían que no se supiese y divulgase que el que no se ejecutase.



CAPÍTULO XXVIII

De la saludable doctrina de la religión cristiana.


Quéjanse, pues, y murmuran los hombres perversos é ingratos y los que están más profunda y estrechamente oprimidos del maligno espíritu, de que los sacan mediante el nombre de Jesucristo del infernal yugo y penosa compañía de estas impuras potestades, y de que los transfieren de la tenebrosa noche de la abominable impiedad a la luz de la saludable piedad y religión: danse por sentidos de que el pueblo acuda á las iglesias con una modesta frecuencia y con una distinción honesta de hombres y mujeres, á donde se les enseña cuánta razón es que vivan bien en la vida presente, para que después de ella merezcan vivir eternamente en la bienaventuranza; adonde oyendo predicar y ex-