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La ciudad de Dios

oculto juicio de la divina Providencia te faltó la verdadera religión que poder elegir. Despierta ya este día como has despertado ya en algunos, de cuya virtud perfecta y de las calamidades que han padecido por la verdadera fe nos gloriamos; pues, peleando por todas partes con las contrarias potestades y venciéndolas muriendo valerosamente, con su sangre nos han ganado esta patria. A ella te convidamos y exhortamos para que acrecientes el número de sus ciudadanos, cuyo asilo en alguna manera podemos decir que es la remisión verdadera de los pecados. No des oídos á los que desdicen y degeneran de ti; á los que murmuran de Cristo ó de los cristianos y se quejan como de los tiempos malos buscando épocas en que se pase, no una vida quieta, sino una en que se goce cumplidamente al tenor de la malicia humana. Esto nunca te agradó á ti, ni aun por la eterna patria. Ahora, echa mano y abraza la celestial, por la cual será muy poco lo que trabajarás, y en ella verdaderamente y para siempre reinarás, porque allí, no el fuego vestal, no la piedra ó ídolo del Capitolio, sino el que es uno y. verdadero Dios, que sin poner límites en la grandeza que ha de tener, ni á los años que ha de durar, te dará un imperio que no tenga fin. No quieras andar tras los dioses falsos y engaño808; antes sí, deséchalos y desprécialos, abrazando la verdadera libertad. No son dioses, son espíritus malignos á quienes causa envidia y da pena tu eterna felicidad. No parece que envidió tanto Juno á los troyanos, de quienes desciendes según la carne, los alcázares romanos, cuento estos demonios, que todavía piensas que son dioses, envidían á todo género de hombres las sillas eternas y celestiales. Y tú misma en muchos condenaste á estos espíritus cuando los aplacaste con juegos, y á los hombres, por cuyo ministerio celebraste los mismos juegos, los diste por infames. Déjate poner en li-