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La ciudad de Dios

tado; aunque no era justo que tampoco Neptuno, su tío, hermano y rey del Mar, ignorase las cosas futuras, mediante á que é éste le introduce Homero presagiando gloriosos sucesos de la descendencia de Eneas, cuyos sucesores vinieron á ser los que fundaron á Roma, habiendo vivido, según dice el mismo poeta, antes de la fundación de aquella ciudad, á quien también arrebató en una nube, como dice, porque no le matase Aquiles; deseando por otra parte trastornar desde los fundsmentos los muros de la fementida Troya que había fabricado con sus manos, como confiesa Virgilio (1). No sabiendo, pues, unos dioses tan grandes, Neptuno y Apolo, que Laomedonte les había de negar el premio de sus tareas, edificaron graciosamente á unos ingratos los muros de Troya. Adviertan no sea peor creer en tales dioses que el no haberles guardado el juramento hecho por ellos, porque eso, ni aun el mismo Homero lo creyó fácilmente, pues pinta á Neptuno peleando contra los troyanos y á Apolo en favor de éstos, diciendo la fábula que el uno y el otro quedaron ofendidos por la infracción del juramento. Luego si dan asenso á las fábulas, avergüéncense de adorar á semejantes dioses, y si no las creen, no nos aleguen los perjuros troyanos, ó admírense de que los dioses castigasen á los perjuros troyanos y de que amasen á los romanos. Porque ¿de dónde diremos provino la conjuración de Catilina, formada en una ciudad tan populosa como relajada, tuviese asimismo tan grande número de personas que la siguiesen, sino de la mano y la lengua que sustentaba la fuerza de la conspiración con el perjurio ó con la sangre civil? ¿Y qué otra cosa hacían los senadores tantas veces sobornados en los juicios, tantas el pueblo en los (1) Virgilio: Eneida, 5.

Vertere ab imo Structa suis manibus, perjuræ mania Troja.

Tomo I.
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