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San Agustín

bían llegado á experimentarse los malos fines. ¿Qué deliberación más justa y concertada pudieron tomar en tal apuro los vecinos de aquella ciudad? ¿ Cuál más honesta? ¿Cuál más fiel? ¿Qué acción más digna de la amistad y parentesco que tenían con Roma que conservar la ciudad en defensa de la mejor causa de los romanos y cerrar las puertas á un parricida de la república romana? Pero en cuán grande ruina y destrucción suya se les convirtió esta generosa acción, véanto los defensores de los dioses: que desamparasen éstos á los adúlteros y que dejasen el llión en poder de las llamas griegas, para que de sus cenizas naciese Roma más casta, sea enhorabuena; pero ¿por qué causa desampararon después la ciudad matriz de los romanos, no rebelándose contra Roma su noble hijo, sino guardando la fe más constante y piadosa al que en ella tenía mejor causa? Y, sin embargo, la dejaron para que la asolase, no á los más valientes griegos, sino al hombre más torpe de los romanos. Y si no agradaba á los dioses la parcialidad de Sila, que es para quien los infelices moradores guardaban su ciudad cuando cerraron las puertas, ¿por qué prometían tantas felicidades al mismo Sila? Con esta demostración se descubre y conoce igualmente que son más lisonjeros de los felices, que protectores de los desdichados: luego no fué asolado entonces el Ilión porque ellos le desampararon, mediante á que los demonios, que están siempre vigilantes para engañar, hicieron lo que pudieron; pues habiendo arruinado y quemado con el lugar todos los ídolos, sólo el de Minerva, dicen, como escribe Livio, que en una ruina tan grande de sus templos quedó entero, no porque se dijese en su alabanza: «¡Oh dioses patrios (1), (1) Virgilio, Eneida, 9.

Dii, quorum semper sub Numine Troja est.