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La ciudad de Dios

niendo cerradas las puertas de Jano. Y si esto no estuvo en su mano, luego no tuvo Roma paz todo el tiempo que quisieron sus dioses, sino el que quisieron los hombres, sua comarcanos, que no se la turbaron con hostilidad alguna; si no es que semejantes dioses se atrevan también á vender al hombre lo que otro hombre quiso ó no quiso. Es verdad que esta alternativa de acontecimientos coincide en el vicio propio y culpa de los malos, que opinan que se les permite á estos demonios el atemorizarles, ó animarles sus corazones; pero si siempre pendiese de su arbitrio tales sucesos, y por otra oculta y superior potestad no se hiciese muchas veces lo contrario de lo que ellos pretenden, siempre tendrían en su mano la paz y las victorias en la guerra, las cuales las más veces acontecen según se disponen y mueven los ánimos de los hombres.



CAPÍTULO XI

De la estatua de Apolo Cumano, cuyas lágrimas se creyó que pronosticaron la destrucción de los griegos por no poderles ayudar.


Y con todo, por la mayor parte suceden semejantes acontecimientos contra su voluntad, según lo confiesan las fábulas, que mienten mucho, y apenas tienen indicio de cosa que sea verosímil, y también las mismas historias romanas; en cuya comprobación decimos, que no por otro motivo se tuvo aviso que Apolo Cumano lloró cuatro días continuos al tiempo que sostenían guerra los romanos contra los aqueos y contra el rey Aristónico; pero atemorizados los arúspices con este prodigio, y siendo de parecer que se debía echar en el