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La ciudad de Dios

ni la misma Venus pudo ayudar á los descendientes de su Eneas para que pudiesen haber mujeres conforme á razón y buena policía; llegando á tanto extremo la falta de ellas, que se vieron precisados á robarlas por engaño, y después del rapto tuvieron necesidad de tomar las armas contra los suegros, y dotar á las tristes mujeres que por el agravio recibido en la sangre de sus padres no estaban aun reconciliadas con sus maridos; ¿pero dírán que en esta guerra salieron los romanos vencedores de sus vecinos? Y estas victorias, pregunto: ¿cuántas heridas y muertes costaron, así de parientes como de los comarcanos? Por amor á un César y á un Pompeyo, suegro y yerno, habiendo ya muerto la hija de César, mujer de Pompeyo, exclama Lucano excitado de un justo dolor, resultó la más que civil batalla de los campos de Emacia: y del derecho adquirido con una acción abominable dimanó el ser necesario que venciesen los romanos para conseguir por fuerza, con las manos bañadas en sangre, de sus suegros los miserables brazos de sus hijas, y también para que ellas no se atreviesen á llorar la muerte de sus padres por no ofender la gloria de sus maridos, las cuales, mientras ellos peleaban estaban suspensas é indecisas, sin saber por quiénes habían de pedir á Dios la victoria. Tales bodas ofreció al pueblo romano, no Venus, sino Belona, ó acaso Alecto, aquella infernal furia que cuando los favorecía ya Juno, tuvo contra ellos más licencia que cuando con sus ruegos la estimulaba contra Eneas: más venturoso fué el cautiverio de Andrómaca que los matrimonios de los romanos; porque Pirro, aun después que gozó de sus brazos, aunque ya cantiva, á ninguno de los troyanos quitó la vida; pero los romanos mataban en los reencuentros á los suegros cuyas hijas abrazaban ya en sus tálamos. Andrómaca, sujeta ya á la voluntad del vencedor, sólo pudo sentir la muerte de TOио I.

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