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La ciudad de Dios

deció de su fatal suerte. Por el amor natural que mutuamente nos debemos, suplico nos dé licencia el efecto humano, para que sin nota de culpa pueda llorar una mujer á su difunto esposo, muerto por mano de su hermano, supuesto que los hombres pudieron llorar aun con gloria y aplauso á los enemigos que habían vencido: así que al mismo tiempo que aquella mujer lloraba la muerte que su hermano había dado á su esposo, entonces Roma se alegraba de haber peleado con tanta flereza contra la ciudad su madre, y de haber vencido con tanta efusión de sangre de parientes de una y otra parte. ¿Para qué alegan en mi favor el nombre de alabanza ó el nombre de victoria? Quítense las sombras de la vana opinión, examínense las operaciones imparcialmente, inspecciónense y juzguense desnudas de todo afecto. Dígase la causa y culpa de Alba, como se decía el adulterio de Troya; y seguramente que no se hallará ninguna de su clase, ninguna que se le parezca.

Tulo emprendió esta guerra sólo por instigar al manejo de las armas á los ociosos y á la gente de guerra, y aficionarlos á las desnudas victorias y á los triunfos. Por aquel vicio se vino á cometer una maldad tan execrable, como fué la guerra entre amigos y parientes; y este crimen tan grave bien de paso le toca Salustio: porque habiendo referido en compendio (alabando los tiempos antiguos, cuando pasaban su vida los hombres sin codicia y vivía cada uno contento con lo suyo), dice, que después que comenzaron Cyro en Asia, y los lacedemonios y atenienses en Grecia, á subyugar las ciudades y naciones y á tener por motivo justo para declarar la guerra el insaciable apetito de reinar, y á juzgar que la mayor gloria consistía en poseer un dilatado imperio y dominio, con lo demás que empezó allí á relacionar, me basta por ahora el haber referido hasta aquí sus palabras: este deseo de reinar mete á los hombres en