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La ciudad de Dios

echaron los romanos del reino y le desterraron de los muros de la ciudad, no fué porque él tuviese culpa en el estupro de Lucrecia, porque éste fué pecado de su hijo, que le cometió no sólo sin saberlo, sino estando ausente, pues estaba á la sazón combatiendo la ciudad de Ardea y dirigiendo la guerra por el pueblo romano.

Ignoramos qué hubiera hecho si á su noticia llegara el delito qué había cometido su hijo; y con todo, sin saber su dictamen y voluntad y sin ejecutar la prueba y experiencia de ella, el pueblo le privó del reino, y habiendo recogido el ejército (á quien ordenaron que dejase de seguir al rey y sus banderas), le cerraron después las puertas de la ciudad y no le permitieron entrar dentro de ella; pero al cabo de frecuentes y penosas guerras con que afligió á los romanos, procurando se conjurasen contra ellos sus comarcanos, viéndose absolutamente desamparado de sus antiguos aliados, en cuyo favor confiaba, y que no le era posible recobrar la corona, vivió, según dicen, catorce años quieto y pacífico como persona particular en el lugar de Túsculo, cerca de Roma, y llegó á una edad decrépita con su mujer, muriendo con muerte quizá más digna de codiciar que la de su suegro, que murió por alevosía de au yerno, y no ignorándolo su hija, según dicen. Y con todo, á este Tarquino no le llamaron los romanos el cruel ó el malvado, sino el Soberbio, no pudiendo acaso sufrir ellos su real fausto y soberbia, por otra semejante soberbia de que estaban dominados sus corazones. Y ¿por qué razón del crimen que cometió en matar á su suegro y á su buen rey hicieron tan poco caso que en seguida le colocaron en el trono? Como si en este acto no cometieran ellos mayor culpa y maldad, recompensando tan extraordidariamente un crimen tan alevoso; y con todo, no se fueron los dioses desamparando sus sagrarios y aras; sino es que acaso haya alguno que intente defen▸