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San Agustín

perder, y menos fué motivo para que al primer cónsul le depusieran de su encargo, y para que á un buen ciudadano le desterraran de su patria. ¿Es posible que sea gloria y grandeza un crimen tan execrable de Junio Bruto, tan abominable y tan sin utilidad de la república? ¿Acaso para cometer esta criminalidad lo venció el amor de la patria y la inmensa ambición de gloria? En efecto; después de desterrado Tarquino el Tirano, el pueblo eligió por cónsul juntamente con Bruto á Lucio Tarquino Colatino, marido de Lucrecia; pero con cuánta justicia atendió el pueblo á la vida y costumbres y no al nombre de su ciudadano, y con cuánta impiedad Bruto, al tiempo de instalarse en aquella primera y nueva dignidad, privó á su colega de la patria y del oficio, á quien pudiera fácilmente privar del nombre, si éste le ofendía, es un argumento fácil de resolver. Estas maldades se cometieron y estos desastres sucedieron cuando en aquella república los romanos se gobernaban y vivían justa y moderadamente. Asimismo Lucrecio (á quien habían subrogado en lugar de Bruto), antes de concluirse aquel mismo año, murió de una enfermedad, y así Publio Valerio, que sucedió á Colatino, y Marco Horacio, que entró en lugar del difunto Lucrecio, finalizaron aquel año funesto y desgraciado en que hubo cinco cónsules; en este mismo la república romana instituyó el oficio y potestad del Consulado, y en la propia época, habiendo respirado un poco del miedo que reinaba en sus corazones, no porque habían cesado las guerras, sino porque no les estrechaban con tanto rigor, es á saber, acabado el tiempo en que se rigieron justa y moderadamente, se siguieron los sucesos que el mismo Salustio declara brevemente de esta manera: «Después comenzaron los padres conscriptos á tratar al pueblo como á esclavos, disponiendo de su vida y de sus espaldas al modo que acostumbraban los reyes;