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San Agustín

advertírselo, pues es evidente que no se han de irritar con nosotros de modo alguno, porque ni referimos cosas más pesadas, ni las decimos más gravemente que sus propios autores: sin embargo de que en el estilo y en el tiempo que nos queda desocupado somos muy inferiores; y con todo, para estudiar y aprender estos autores no sólo trabajaron ellos mismos, sino que hacen también trabajar en ellos á sus hijos; y los que se enojan, ¿cómo me sufrieran si yo linsinuase lo que dice Salustio? «Nacieron, dice, muchas revoluciones y discordias, y al fin las guerras civiles, pretendiendo ambiciosamente ser los señores absolutos bajo del honesto y disfrazado título de favorecer la causa de los padel pueblo, algunos pocos de los más poderosos cuya gracia y fortuna seguían la mayor parte: concedían el honor de ciudadanos á los buenos y á los malos, no por los méritos ó servicios que hubiesen hecho á la república, estando todos igualmente corruptos y estragados, sino según que cada uno era más rico y más poderoso para agraviar á otros; porque defendían la causa presente, y lo que se les antojaba se tenía por bueno.» Y si á aquellos historiadores les pareció que tocaba á la honesta libertad no pasar en silencio las calamidades de su propia ciudad, á quien en otros muchos lugares les ha sido forzoso alabarla con grande gloria y exageración, ya que efectivamente no disfrute ban de la otra más verdadera, adonde se han de admitir y recibir los ciudadanos eternos, ¿que obligación nos líga á nosotros (cuya esperanza en Dios, cuanto es mejor y más cierta, tanto debe ser mayor nuestra libertad) viendo que imputan y atribuyen á Nuestro Señor Jesucristo los infortunios y calamidades presentes, para desviar á los débiles y menos entendidos y enagenar1os de aquella ciudad en la cual sola se ha de vivir eterna y bienaventuradamente? Ni tampoco contra sus