advertírselo, pues es evidente que no se han de irritar con nosotros de modo alguno, porque ni referimos cosas más pesadas, ni las decimos más gravemente que sus propios autores: sin embargo de que en el estilo y en el tiempo que nos queda desocupado somos muy inferiores; y con todo, para estudiar y aprender estos autores no sólo trabajaron ellos mismos, sino que hacen también trabajar en ellos á sus hijos; y los que se enojan, ¿cómo me sufrieran si yo linsinuase lo que dice Salustio? «Nacieron, dice, muchas revoluciones y discordias, y al fin las guerras civiles, pretendiendo ambiciosamente ser los señores absolutos bajo del honesto y disfrazado título de favorecer la causa de los padel pueblo, algunos pocos de los más poderosos cuya gracia y fortuna seguían la mayor parte: concedían el honor de ciudadanos á los buenos y á los malos, no por los méritos ó servicios que hubiesen hecho á la república, estando todos igualmente corruptos y estragados, sino según que cada uno era más rico y más poderoso para agraviar á otros; porque defendían la causa presente, y lo que se les antojaba se tenía por bueno.» Y si á aquellos historiadores les pareció que tocaba á la honesta libertad no pasar en silencio las calamidades de su propia ciudad, á quien en otros muchos lugares les ha sido forzoso alabarla con grande gloria y exageración, ya que efectivamente no disfrute ban de la otra más verdadera, adonde se han de admitir y recibir los ciudadanos eternos, ¿que obligación nos líga á nosotros (cuya esperanza en Dios, cuanto es mejor y más cierta, tanto debe ser mayor nuestra libertad) viendo que imputan y atribuyen á Nuestro Señor Jesucristo los infortunios y calamidades presentes, para desviar á los débiles y menos entendidos y enagenar1os de aquella ciudad en la cual sola se ha de vivir eterna y bienaventuradamente? Ni tampoco contra sus