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La ciudad de Dios

dioses decimos cosas más abominables que sus mismos autores, que ellos leen y alaban, pues de ellos hemos tomado nuestros discursos, y en ningún modo somos aptos para referir tales y tantas particularidades como ellos dicen. ¿Adónde, pues, estaban aquellos dioses que por la pequeña y engañosa felicidad de este mundo creen ellos que deben ser adorados, cuando los romanos, á quienes con falsa y diabólica astucia se vendían para que los rindiesen culto, andaban attigidos con tantas calamidades? ¿Adónde estaban cuando los foragidos y esclavos mataron al cónsul Valerio, procurando ganar el Capitolio que ellos habían ocupado, en cuyo aprieto con más facilidad pudo él socorrer al templo de Júpiter, que á él la turba de tantos dioses con su rey Optimo Máximo, cuyo templo había libertado del furor de sua enemigos? ¿Adónde estaban cuando, fatigada la ciudad con infinitas desgracias, causadas por las sediciones y discordias civiles, y permaneciendo en parte sosegada mientras que esperaban el regreso de los embajadores que habían enviado á Atenas á que les comunicasen aus leyes, fué asolada con una insufrible hambre y cruel pestilencia? ¿Adónde estaban cuando en otra ocasión, padeciendo hambre el pueblo, creó la primera vez el prefecto que cuidase de la provisión del pan, y creciendo sobremanera, Espurio Emilio por haber proveído liberalmente de trigo al hambriento pueblo incurrió en el crimen de haber intentado alzarse con el señorio de la república, siendo á instancia del mismo prefecto por orden expresa del dictador Lucio Quincio, viejo ya decrépito, asesinado por Quinto Servilio, general de la caballería, no sin una terrible y peligrosa revolución de la ciudad? ¿Adónde estaban cuando en una cruel peste, viéndose el pueblo fatigado por mucho tiempo y sin remedio con sus dioses inútiles, determinó hacerles nuevos lectisternios, lo que jamás

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