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La ciudad de Dios

y, no haciendo caso de sus ruegos, marcharon á Cartago, donde, querellándose de la infracción de la paz y sin concluir cosa alguna, volvieron á Roma. Mientras andaban estas dilaciones, la infeliz Sagunto, ciudad opulentísima y aliada de la república romana, fué destruída por los cartagineses al cabo de ocho ó nueve meses de cerco, cuya ruina causa horror el leerla, cuanto más el escribir cómo aconteció: sin embargo, la referiré brevemente, porque interesa al asunto que tratamos. Primeramente se consumió y acabó con una furiosa hambre, pues aseguran que algunos comieron los cuerpos muertos de sus mismos compatriotas por satisfacer su hambre y falta de alimentos: después, reducidaal mayor extremo con la penuria y escas de todos las cosas necesarias á la vida y á su propia defensa, por no verse ni aun cautiva en manos de Aníbal, formó en la plaza pública una grande hoguera, y, degollando á todos sus amados hijos, parientes y demás conciudadanos, con todas cuantas alhajas, preseas y riquezas poseían, se arrojaron todos con varonil brío al fuego. Hicieran aquí alguna admirable acción los dioses glotones y seductores, hambrientos por los buenos bocados y manjares de los sacrificios, y empeñados solamente en alucinar á los idiotas con la obscuridad y ambigüedad de sus cautelosos presagios. Obraran aquí algún prodigio estupendo y socorrieran á una nación amiga del pueblo romano, y no dejaran perecer á la que se sepultaba voluntariamente en sus ruinas por conservar su amistad y fe, en atención á que ellos fueron los que presidieron en la unión y confederación que ella estipuló con la república romana. Así que, por observar escrupulosamente los sagrados tratados y conciertos que, presidiendo ó autorizando estas falsas deidades había concluído con verdadera voluntad, ligado con la amistad y estrechado con un juramento inviolable, fué cercada, ocu-