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San Agustín

pada y asolada por un hombre pérfido y fementido. Si estos dioses fueron los que después espantaron y ahu yentaron á Aníbal de los muros de Roma con crueles tempestades y encendidos rayos, entonces, con tiempo, debieron obrar alguno de estos particulares prodigios pues se atrevió á decir que con más justa razón pudieron enviar la tempestad en favor de los amigos de los romanos, expuestos al inminente riesgo de perderse, mediante á que, por no faltar á la fe dada á los romanos, estaban á peligro de perecer, y entonces, totalmente faltos de ayuda, que en favor de los mismos romanos que peleaban y corrían riesgo por sí y contra Aníbal, tenían en sí mismos bastante auxilio: luego si fueran tutores y defensores de la felicidad y gloria de Roma, debieran haberla excusado de una culpa tan grave como fué la ruina de Sagunto. Pero ahora consideremos cuán neciamente creen que no se perdió Roma por la defensa de estos dioses cuando andaba victorioso Aníbal, si vemos que no pudieron socorrer á la ciudad de Sagunto para que no se perdiese por guardar á Roma su amistad, Si el pueblo de Sagunto fuera cristiano y padeciera algún infortunio como éste por la fe evangélica (aunque no se hubiera él profanado á sí mismo, matándose á fuego y sangre) y si padeciera su destrucción por la fe evangélica, la sufriría con aquella esperanza que creyó en Jesucristo y gozaría del premio y galardón, no de un brevísimo tiempo, sino de una eternidad sin fin. Pero en favor de estos dioses, á quienes dicen que por eso deben ser adorados y por eso se buscan para adorarlos, para asegurar la felicidad de estos bienes temporales y transitorios, ¿qué nos han de responder sus defensores 80bre la pérdida de los saguntinos, sino lo mismo que sobre la muerte de Régulo? Porque la diferencia que hay es que aquel fué una persona particular y ésta ona ciudad entera; pero la causa de la ruina de ambos fué