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La ciudad de Dios

el querer guardar puntualmente la fe, pues por ésta quiso el otro volverse á poder de sua enemigos, y ésta no quiso entregarse; ¿luego la fe observada inviolablemente provoca la ira de los dioses? ¿O es acaso cierto que pueden también, teniendo propicios á los dioses, perderse, no sólo cualesquiera hombres, sino también las ciudades enteraa? Elijan, pues, lo que más les agradare, porque si ofenden á estos dioses con la fe cumplida, busquen á los pérfidos y fementidos que los adoren; pero si teniéndolos aun propicios pueden perderse, y acabar los hombres, y las ciudades ser afligidas con muchos y graves tormentos, sin provecho ni fruto alguno de esta felicidad los adoran. Dejen, pues, de enojarse los que entienden y creen que ha causado su desgracia el haber perdido los templos y sacrificios de estos dioses, porque pudieran, no sólo sin haberlos perdido, sino teniéndolos aún de su parte propicios y favorables, no como ahora, quejarse de su infortunio y miseria, sino como entonces Régulo y los saguntinos, perderse y perecer también del todo con horribles calamidades y tormentos.



CAPÍTULO XXI

La ingratitud que usó Roma con Scipión, au libertador, y las costumbres que hubo en ella, cuando ouenta Salustio que era muy buena.


Demás de esto, en el tiempo que medió entre la segunda y última guerra Púnica, cuando dice Salustio que vivieron los romanos con costumbres muy buenas y mucha concordia (porque varias acciones omitió atendiendo á ser breve en esta obra); en este tiempo, pues,