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San Agustín

de tan buenas costumbres y tanta concordia, aquel Scipión que libró á Roma y á Italia, que acabó tan famosa y honrosamente la segunda guerra Púnica, tan horrrible, tan sangrienta y tan peligrosa; aquel vencedor de Aníbal, domador de Cartago; aquel cuya vida se reflere que desde su juventud fué encomendada á los dioses y criada en los templos, cedió á las acusaciones de sus enemigos, y, desterrado de su patria (á quien había dado la vida y libertad con su valor), pasó y acabó el resto de su vida en el lugar de Linterno, después de su famoso triunfo, con tan poca aflción y deseo á Roma, que dicen mandó que ni aun le enterrasen en su ingrata patria.

Después de estos sucesos, habiendo triunfado el procónsul Eneyo Manlio de los gálatas, comenzaron á cundir por Roma las delicias de Asia, aún más perjudiciales que el mayor enemigo: porque entonces dicen fué la primera vez que se vieron lechos ó camas labradas de metal, y preciosos tapetes. Entonces se comenzaron á usar en los banquetes mozas que cantaban, y otras licenciosas desenvolturas; mas ahora no es mi intención otra que la de tratar de los males que impacientemente padecen los hombres, y no de los que ellos causan voluntariamente: y así aquellas gloriosas acciones que referí de Scipión, de cómo cediendo á sus enemigos murió fuera de su patria, á la cual había libertado, hacen más al propósito de lo que vamos anunciando; pues los dioses de Roma, cuyos templos había defendido Scipión de los rigores de Aníbal, no le correspondieron á sus continuas fatigas, adorándolos ellos solamente por esta felicidad; pero, como Salustio dijo que entonces florecieron allí las buenas costumbres, por esto me pareció referir lo de las delicias del Asia, para que se entienda también que Salustio dijo aquellas expresiones, hablando en comparación de los demás tiempos, en los cuales, sin duda con las gravísimas