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La ciudad de Dios

discordias, fueron las costumbres mucho peores, porque entonces también, esto es, entre la segunda y última guerra cartaginesa, se publicó la ley Voconia, por la cual se mandaba «que ninguno dejase por su heredero á mujer alguna, aunque fuese hija única suya». No sé que se pueda decir ó imaginar ordenación más injusta que esta ley. Con todo, en aquel espacio de tiempo que duraron las dos guerras Púnicas, fué mal tolerablela desventura, pues solamente con las guerras padecía el ejército de afuera, pero con las victorias se consolaba y en la ciudad no había discordia alguna, como en otros tiempos: mas en la última guerra Púnica, de un golpe fué asolada y destruída radicalmente la émula y competidora del imperio romano por el otro segundo Scipion, que por esto se llamó por sobrenombre el Africano; y desde este tiempo en adelante fué combatida la república romana con tanta multitud de infortunios y calamidades, que hace demostrable que con la prosperidad y seguridad, de donde corrompiéndose en extremo las costumbres, nacieron acumuladamente aquellos males, hizo más estrago y daño Cartago con su improvisa ruina que lo que había hecho en tanto tiempo manteniéndose en pie contra su enemigo. En todo este tiempo, hasta Augusto César, quien parece no quitó del todo á los romanos, según la opinión de éstos, la libertad gloriosa, sino la contenciosa y perniciosa que totalmente estaba ya descaecida y muerta, y que, revolcándolo todo y reduciéndolo al real albedrío, instauró y renovó en cierto modo la república arruinada ya y perdida casi con los males y achaques de la vejez; en todo este tiempo, pues, omito unas y otras rotas de ejércitos nacidas de varias causas, y la paz numantina violada con tan horrible ignominia, porque volaron, en efecto, las aves de la jaula y dieron, como dicen, mal agüero al cónsul Mancino, como si por tantos años en