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San Agustín

que aquella pequeña ciudad, estando cercada, había afligido al ejército romano, empezando ya á poner terror á la misma república romana, los demás capitanes también hubieran ido contra ella con mal agüero.



CAPÍTULO XXII

Del adicto del rey Mitridates, en que mandó matar a todos los ciudadanos romanos que se hallagen en Asia.


Pero como dejo insinuado, omito estos sucesos, aunque no puedo pasar en silencio cómo Mitrídates, rey de Asia, mandó matar en un día todos los ciudadanos ro.manos, donde quiera que se hallasen en Asia, así los peregrinos y transeuntes como otra innumerable multitud de mercaderes y negociantes ocupados en sus tratos, y así se ejecutó. ¡Cuán lastimosa tragedia fué ver en un momento matar de repente é impíamente á todos éstos donde quiera que los hallaban, en el campo, en el camino, en las villas, en casa, en la calle, en la plaza, en el templo, en la cama, en la mesa! ¡Qué de gemidos habría de los que morían, qué de lágrimas de los que veían esta catástrofe, y acaso también de los mismos que los mataban! ¡Cuán dura fuerza se hacía á los huéspedes, no sólo en haber de examinar con sus propios ojos, y en sus casas, aquellas desgraciadas muertes, sino también en haber de ejecutarlas por sí mismos, trocando repentinamente el semblante apacible y humano para ejecutar en tiempo de una tranquila paz un crimen tan horrendo, matándose de un golpe, por decirlo así, así los matadores como los muertos, pues si el uno recibía la muerte en el cuerpo, el otro la recibías en el alma! ¿Acaso todos estos no habían apre-