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La ciudad de Dios

banzas y encomios se celebre como un hecho digno de la recordación de toda la posteridad, «que perdona á los humildes y rendidos y sujeta á los soberbios» (1). Y así, tampoco pasaremos en silencio acerca de la Ciudad terrena (que mientras más ambiciosamente pretende reinar con despotismo, por más que las naciones, oprimidas con su insoportable yugo, la rindan obediencia y vasallaje, el mismo apetito de dominar viene á reinar sobre ella) (2) nada de cuanto pide el instituto de esta obra, y lo que yo penetro con mis luces intelectuales, hijos de esta misma ciudad son los enemigos contra quienes hemos de defender la Ciudad de Dios, no obstante que muchos, abjurando sus errores, vienen á ser buenos ciudadanos; pero la mayor parte la manifiestan un odio tan inexorable y eficaz, mostrándose tan ingratos y desconocidos á los evidentes beneficios del Redentor, que en la actualidad no podrían mover contra ella sua maldicientes lenguas, si cuando huían el cuello de la segur vengadora de su contrario, no hallaran la vida, con que tanto se ensorbebecen, en sus sagrados templos. Por ventura, ¿no persiguen el nombre de Cristo los mismos romanos, á quienes, por respeto y reverencia á este gran Dios, perdonaron la vida los bárba(1) Virgilio, en la Eneida, 6, después de haber referido las alabanzas de otras naciones que se anteponían á los romanos en la literatura, riquezas, politica... volviendo á éstos repentinamente, dice: Turegere Imperio populos Romance memento Hæ tibi erunt artes, pacique imponere morem, Parcere subjectis, et debellare superbos.

Paci imponere 8...

(3) Es antiguo axioma que los oprimidos lloran la dura servidumbre que sufren bajo un tirano, al mismo tiempo que éste es esclavo de sus liviandades y deleites, como del Rey de los Persas decía Diógenes Cinico, y Ciceron en sus Paradojas de César.