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La ciudad de Dios

ciado asimismo los agüeros? ¿No tenían dioses domésticos y públicos á quienes pudieran consultar cuando partieron de sus tierras á aquella infeliz peregrinación?

Y, si esto es cierto, no tienen los incrédulos en este punto de qué quejarse de nuestros tiempos, pues hace tiempo que los romanos no asuntan de estas vanidades; mas si acaso los consultaron, dígannos: ¿de qué les aprovecharon estas futilezas, cuando por solas las leyes humanas, sin que nadie lo prohibiese, fueron lícitas semejantes cosas?



CAPÍTULO XXIII

De los males interiores que padeció la repúblies romana con un prodigio que precedió, que fué rabiar todos los animales de que se sirve ordinariamente el hombre, Pero empecemos ya á referir brevemente, como pudiéremos, aquellas calamidades que, cuanto más interiores fueron tanto más funestas, las discordias civiles, ó, por mejor decir, inciviles é inhumanas, no ya sediciones, sino guerras urbanas dentro de Roma, donde se derramó tanta sangre, donde los que favorecían las diversas parcialidades usaban del mayor rigor contra los otros, no ya con porfiadas demandas, contestaciones y destempladas voces, sino con las espadas y las armas; pues las guerras sociales, las guerras serviles, las, gue.


rras civiles, ¿cuánta sangre romana hicieron derramar, cuántas tierras talaron, y asolaron en Italia? Y antes que se movies en contra Roma los afectos y aliados del Lacio, todos los animales que están ordinariamente sujetos al servicio del hombre, como son perros, caballos, jumentos, bueyes, y las demás bestias y ganados

Tomo I.
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