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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXVI

De diversas enertes de guerras que se siguieron después que edificaron el templo de la Concordia.


manifiesta Raro antídoto por cierto, y remedio bien donoso contra las sediciones, fué poner á los ojos de los que hacían sus parlamentos al pueblo el templo de la Concordia por testigo, memoria de la muerte y castigo de los Gracos: la utilidad que sacaron de esta providencia lo fatal suceso de las calamidades que se siguieron; pues desde entonces procuraron los que hacían los parlamentos no separarse del ejemplo de los Gracos, antes, sí, salir con lo que ellos pretendieron, como fueron Lucio Saturnino, tribuno del pueblo, y Cayo Servilio, pretor, y mucho después Marco Druso. De cuyas sediciones y alborotos resultaron primeramente infinitas muertes, encendiéndose después el fuego de las guerras sociales, con las cuales padeció mucho la Italia, llegando á sufrir una infeliz desolación y destrucción. En seguida acaeció la guerra servil, ó de los esclavos, y las guerras civiles, en las cuales hubo reñidos encuentros y batallas, derramándose mucha sangre; de manera que casi todas las gentes de Italia, en que principalmente consistía la fuerza del imperio romano, fueron domadas con una fiera barbarie; tuvo principio la guerra servil de un corto número, esto es, de menos que de setenta gladiadores; pero já cuán erecido número, fuerte, feroz y bravo llegó? ¿Qué de generales romanos venció y rompió aquel limitado ejército? ¿Qué de provincias y ciudades destruyó? En fin, fueron tantas, que apenas lo pudieron declarar circunstanciadamente los que escribieron la historia. Y no sólo hubo esta guerra servil, sino que también antes de ella, gen-