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San Agustín

y á todos cuantos pudieron hallar en la ciudad, á excepción de los que habitaban en la roca del Capitolio, la cual, sola, como quiera se defendió. Con todo, á los que se habían guarecido en aquel lugar les vendieron á lo menos las vidas á trueque de oro, las cuales, aunque no pudieron quitárselas con las armas, sin embargo, pudieron consumírselas con el cerco. Y por lo respectivo á los godos, fueron tantos los senadores á quienes perdonaron la vida, que causa admiración que se la quitasen á algunos; pero al contrario Sila, viviendo todavia Mario entró victorioso en el mismo Capitolio (el cual permaneció exento, seguro del furor de los galos), para ponerse á decretar allí las muertes de sus compatriotas; y, habiendo huido Mario, escapando para volver más flero y más cruel éste, en el Capitolio, por consulta y decreto del Senado privó á infinitos de la vida y de la hacienda: y los del partido de Mario, estando ausente Sila, ¿qué cosa hubo de las que se tienen por sagradas á quien ellos perdonasen, cuando ni á Mucio, que era su ciudadano, senador y pontífice, teniendo asida con infelices abrazos la misma ara, adonde estaba (como dicen) el hado y la fortuna de los romanos, perdonaron? Y aquella última tabla ó lista de Sila, dejando aparte otras innumerables muertes, 200 degolló ella sola más senadores que los godos pudieron despojar?



CAPÍTULO XXX

De la conexión de muchas funeatas guerras que precedieron antes de la venida de Jesucristo.


¿Con qué ánimo, pues, con qué valor, con qué desvergüenza, con qué ignorancia, ó, por mejor decir, de-