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La ciudad de Dios

• LA CIUDAD DE DIOS 203 menein, no se atreven á imputar aquellos desastres á sus dioses, y éstos los atribuyen á nuestro Señor Jesucristo? Las crueles guerras civiles (más funestas aún, por confesión de sus propios autores, que todas las demás guerras tenidas con sus enemigos, pues con ella se consideró aquella república no tanto por perseguida y afligida, sino por totalmente perdida) nacieron mucho antes de la venida de Jesucristo, y con la conexión y enlace de infaustas causas, originadas de la guerra de Mario y Sila, llegaron las guerras de Sertorio y Catilina, de los cuales el uno había sido proscripto y vendido por Sila, y el otro se había criado con él: de allí procedieron á la guerra de Lépido y Catulo, de los cuales el uno quería abrogar lo que había hecho Sila, y el otro lo quería sostener; después caminaron á la de Pompeyo y César, de los cuales Pompeyo había sido de la parcialidad de Sila, á cuya potencia y dignidad había ya llegado, y aun pasado, lo que no podía tolerar César por no hallarse igualmente autorizado; pero al fin logró conseguirla, y aun mayor, habiendo vencido y muerto & Pompeyo: desde aquí fueron siguiendo sucesivamente hasta el otro César, que después se llamó Augusto (en cuyo tiempo nació Jesucristo) porque también este Augusto sostuvo muchas guerras civiles, y en ellas murieron infinitos varones insignes, entre los cuales fué uno Cicerón, aquel elocuente artífice del gobierno de una república. Asimismo Cayo César (el que venció á Pompeyo y usó con tanta clemencia de la victoria civil) haciendo merced á sus enemigos de las vidas y dignidades, como si fuera tirano, se conjuraron contra él algunos nobles senadores so color de la libertad republicana, y le dieron de puñaladas en el mismo Senado, á cuyo poder absoluto y gobierno despótico parece aspiraba después Antonio, bien diferente de él en su condición, contaminado y corrupto de todos