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La ciudad de Dios

lidades que Roma padeció, y no atribuyendo á este gran Dios el beneficio incomparable que consiguieron, por respeto á su santo nombre, de conservarles las vi das; antes por el contrario, cada uno respectivamente hacia depender este feliz suceso de la influencia benéfica del hado, ó de su buena suerte, cuando, si lo reflexionasen con madurez deberían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano vengadora de sus enemigos, á los inexcrutables arcanos y sabias disposiciones de la Providencia Divina, que acostumbra corregir y aniquilar con los funestos efectos que presagia una guerra cruel é intermisible, los vicios y las corruptas costumbres de los hombres (1), y siempre que los buenos hacen una vida loable é incorregible, suele á veces ejercitar su paciencia con semejantes tribulaciones, para proporcionarles la aureola de su mérito; y cuando ya tiene probada su conformidad, dispone transferir los trabajos á otro lugar, ó detenerlos todavía en esta vida para otros designios, que nuestra limitada transcendencia no puede penetrar. Deberían, por la misma causa, estos vanos impugnadores, atribuir á los tiempos en que florecía el dogma católico la particular gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, contra el estilo observado en la guerra, sin otro respeto que por indicar su sumisión y reverencia á Je(1) Consta por la Historia Romana de que éstos fueron morigerados y adiot os á la justicia, frugalidad y buena condueta siempre que se hallaban en guerra abierta con alguna nación, especialmente en las primeras décadas de su nueva República; pero cuando gozaban de los bellos frutos de una paz sólida, daban rienda suelta á sus vicios, por cuyo motivo, ha biendo sido ensalzados sobre la cumbre de toda felicidad humana, al fin su soberbia, infidencia, vicios, indolencia, molicie y desenvoltura los condujo á un abismo de reiteradas desgracias, que sumergió el nombre de aquellos que con solo este dictado habian subyugado todo el universo habitado.