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San Agustín

hombres mutuamente unos á otros, como son los estragos y ruinas que motivan las guerras, sino las que atraen á la tierra los elementos celestes, las que resumió en epilogo Apuleya en el libro que escribió del mundo, diciendo que todas las cosas de la tierra tenían mutaciones, conversiones y muertes, porque asegura (usando de su palabras) «que se abrió la tierra con terribles temblores, se tragó ciudades enteras y mucha gente; que rompiéndose las cataratas del cielo, se anegaron provincias enteras; que las que anteriormente habían sido continente y tierra firme, quedaron aisladas con las ondas maritimas; que otras, por el descenso y remisión del mar, se hicieron accesibles á pie enjuto; que fueron asoladas y destruídas hermosas ciudades con furiosos vientos y tempestades; que de las nubes descendió fuego con que perecieron y fueron abrasadas algunas regiones en el Oriente; que en el Occidente las frecuentes crecientes y avenidas de los ríos causaron igual estrago, y que en tiempos antiguos, abriéndose y despeñándose de las cumbres del monte Etna hacia abajo aquellas encendidas bocas con divino incendio, corrieron ríos de llamas y fuego, como si fuesen una impetuosa avenida de agua.» Si estas particularidades y otras semejantes intentara yo recopilar (las que so hallan en varias historias de donde podría trasladarlas), ¿cuándo acabaría de referir las que acontecieron en aquellos lastimosos tiempos, antes que el nombre de Cristo reprimiese á los incrédulos sus vanidades y contradicciones á la verdadera creencia? Prometí asimismo patentizar cuáles fueron las costumbres que quiso favorecer para acrecentar con ellas el imperio el verdadero Dios, en cuya potestad están todos los reinos, y por qué cansa y cuán poco les auxiliaron estos que tienen por dioses, ó, por mejor decir, cuántos daños les causaron con sus seducciones y falacias: sobre