Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/232

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
214
San Agustín

migos, aunque siempre humana, tanto que solemos comparar al vidrio el contento y alegría de estos tales que frágilmente resplandece, de quien con más horror tememos no se nos quiebre de improviso, con todo, quieran gloriarse de la opulencia y latitud de su imperio. Y para que esto se entienda más fácilmente y no nos desvanezcamos llevados del viento de la vanidad, y no escandalicemos la vista de nuestro entendimiento con voces de grande bulto, oyendo pueblos, reinos, provincias, pongamos dos hombres, porque así como se considera una letra en la razón ó cláusula que se escribe, así cada hombre se considera como un principio y elemento de una ciudad y de un reino, por más grande y extenso que sea. Supongamos que el uno de éstos es pobre ó de mediana hacienda, y el otro muy rico; pero éste, contristado con temores, consumido de melancolía, abrasado de codicia, nunca seguro, siempre inquieto, batallando con perpetuas contiendas y enemistades, que con estas miserias va acrecentando sobremanera su patrimonio, y con tales incrementos va acumulando también gravísimos cuidados; y el de mediana hacienda, contento con su corto caudal, acomodado á sus facultades, muy querido de sus deudos, vecinos, confidentes y amigos, gozando de una paz dulce, piadoso en la religión, de corazon benigno, de cuerpo sano, reglado en la vida, honesto en las costumbres y seguro en conciencia. No sé si puede haber alguno tan necio que se atreva á poner duda sobre á cual de estos haya de preferir: así, pues, como en estos dos hombres, así en dos puebos, así en dos reinos se sigue la misma razón y concorde regla de la semejanza é igualdad, la cual, aplicada con acuerdo, si corrigiésemos y despavilásemos los ojos de nuestro entendimiento, fácilmente advertiríamos dónde se halla la vanidad y dónde la felicidad; por lo cuál, si se adora á un verdadero Dios y le