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La ciudad de Dios

cada uno respectivamente por los de su parcialidad.

Luego no debió Roma adorar más á sus dioses que á los extraños, por quienes eran favorecidos sus adoradores.

Finalmente, como quiera que sea este tránsito de los dioses, ó huida, ó transmigración, ó defección en las batallas; con todo, aun no se había predicado en aquellos tiempos y en aquellas tierras el nombre de Jesucristo, cuando se perdieron tan poderosos reinos ó transfirió su poder y majestad con crueles estragos y guerras: porque si al cabo de 1200 años, y los que van hasta que se arruinó el imperio de los asirios, predicara ya allí la religión cristiana otro reino eterno, y prohibiera la sacrilega adoración de los falsos dioses, ¿qué otra cosa dijeran los hombres ilusos de aquella nación, sino que el reino que había existido por tantos años no se pudo perder por otra causa sino por haber desamparado su religión y abrazado la cristiana? En cuya alucinación, que pudo suceder, mírense éstos como en un espejo y tengan pudor, si acaso conservan alguno, de quejarse de semejantes acaecimientos, aunque la ruina del imperio romano más ha sido aflicción que mudanza, la que le acaeció igualmente en otros tiempos muy anteriores á la promulgación del nombre de Jesucristo y de su ley evangélica; reparándose al fin de quella aflicción de que no debemos desconfiar en esta época, porque en esto, ¿quién sabe la voluntad de Dios?



CAPÍTULO VIII

Qué dioses piensan los romanos que le han acrecentado y conservado su imperio, habiéndoles parecido que apenas se podia encomendar á estos dioses, y á cada uno de por si, el amparo de una sola cosa.


Parece muy á propósito veamos ahora entre la turba de dioses que adoraban los romanos, cuáles creen ellos