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La ciudad de Dios

pigas, y á la diosa Patelena cuando se abren estos capullos para que salga la espiga; á la diosa Hostilina cuando las mieses se igualan con nuevas aristas, porque los antiguos, para igualar, dijeron hostire; á la diosa Flora cuando las mieses florecen; á Lacturcia cuando están en leche; á la diosa Matura cuando madura; á la diosa Runcina cuando los arrancan de la tierra: y no lo reflero todo, porque me ruborizo de lo que ellos no se avergüenzan. Esta breve relación que he expuesto ha sido precisamente para que se entienda que de ningún modo se atreverán á decir que estos dioses fundaron, acrecentaron y conservaron el imperio romano; pues en tal conformidad daban á cada uno su oficio, cárgo, que á ninguno encargaban generalmente todos los ministerios. ¿Cuándo Segecia había de cuidar del imperio, si no le era lícito cuidar á un mismo tiempo de las mieses y de los árboles? ¿Cuándo había de cuidar de las armas Cunina, si au potestad no se extendía más que á velar sobre las cunas de los niños? ¿Cuándo Nodoto les había de ayudar en la guerra, si sus facultades aún no se extendían al cuidado del capullo de la espiga, sino á los nudos de la caña? Cada uno pone en su casa un portero, y porque es hombre, es sin duda bastante. Estos pusieron tres dioses, Fórculo para las puertas, Cardea para los quicios, Limentino para los umbrales. Acaso era muy imposible que Fórculo pudiese cuidar juntamente de las puertas, quicios y umbrales.