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La ciudad de Dios

sión vasta del imperio, en atención á que ella misma procreaba y formaba malévolos, para que hubiese con quién sustentar justa guerra, y así acrecentar el imperio; y por qué motivo no será diosa del mismo modo la maldad, á lo menos de las otras naciones, si el pavor, la palidez y la fiebre merecieron ser diosas de los romanos? Así que con estas dos, esto es, con la maldad ajena y con la diosa victoria, levantando las causas y ocasiones de la guerra la maldad, y acabándola con dichoso fin la victoria, creció el imperio sin hacer nada en esto Júpiter; porque ¿qué partes pudiera tener aquí Júpiter, supuesto que los sucesos que pudieran considerarse como beneficios suyos los tienen por dioses, los llaman dioses y los adoran por dioses, y á éstos llaman é invocan por sus partes? Aunque pudiera tener aquí alguna parte si él se llamara tambien reino, como se llama la otra victoria; y si el reino es don y merced de Júpiter, ¿por qué no ha de tenerse la victoria por beneficio suyo? Y sin duda se tuviera por tal, si conocieran y adoraran, no á la piedra en el Capitolio, sino al verdadero Rey de los reyes y Señor de los señores.



CAPÍTULO XVI

Cuál fué la causa porque, atribuyendo los romanos á cada cosa y á cada movimiento su dios, pusieron el templo de Quietud fuera de las puertas de Roma.


Pero me causa grande admiración el observar que, atribuyendo los romanos su dios respectivo á cada objeto, y á casi todos los movimientos naturales en particular, llamando diosa Agenoria á la que los excitaba á obrar; diosa Estimula a la que los estimulaba con ex-