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San Agustín

ceso á efectuar alguna operación; diosa Murcia á la que con demasía los dejaba de mover, y hacía al hombre, como dice Pomponio, murcido, esto, es, demasiado flojo, dejado é inactivo; diosa Estrenua á la que los constituía diligentes. A todos estos dioses y diosas, agentes y excitadores los admitieron públicamente, pero á la que llamaban Quietud, porque concedía quietud y descanso, teniendo su templo fuera de la puerta Colina, no quisieron recibirla públicamente. Ignoro si fué esta deliberación indicio seguro de su ánimo inquieto, ó si acaso nos quisieron dar á entender que, el que adoraba aquella turba, no de dioses verdaderos, sino de demonios, no podía gozar de quietud y reposo, á que nos llama y convida el verdadero médico, diciendo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis quietud y descanso para vuestras almas.» (1)



CAPÍTULO XVII

Pregúntase, si teniendo Júpiter la suprema potestad, se debió tener por diosa á la Victoria, ¿Dirán seguramente que Júpiter es quien envía con los mensajes felices á la diosa Victoria, y que ella, como obediente al rey de los dioses, va adonde él se lo manda y allí hace su residencia? Esta particular prerrogativa se dice con verdad, no de aquel Júpiter, á quien según su opinión suponen rey de los dioses, sino de aquel verdadero rey de los siglos, que envía, no la victoria, que no es substancia ó ente real, sino á su ángel, haciendo (1) San Mateo, cap.
XI. Discite á me, quia mitis sum, et humilia corde, et invenietis requiem animabus vestris.