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La ciudad de Dios

eminente? ¿Y por qué no debía ser más suntuoso que el del mismo Júpiter? ¿Pues quién dió el reino á Júpiter sino la felicidad? Sí, pero fué feliz cuando reinó, y mejor es sin duda la felicidad que el reino, porque es infalible que fácilmente hallaréis quien rehuse ser rey, pero no hallaréis alguno que no quiera ser feliz: luego si consultaran a los mismos dioses, ó por vía de prestigios ó agüeros, ó de cualquiera otro modo que éstos ó entienden que pueden ser consultados, si por ventura querían ceder au lugar á la felicidad aun en el caso que el paraje donde hubiese de erigirse á la felicidad su mayor y más auntuoso templo estuviese ocupado con algunos templos y altares de otros dioses, hasta el mismo Júpiter cediera el suyo á la felicidad y señalara la misma cumbre del monte Capitolino, lo que ninguno contradijera ni se opusiera á la felicidad, sino es, lo que es imposible, el que quisiese ser infeliz. Es evidendente que si se lo preguntaran á Júpiter, no practicara lo que hicieron con él los dioses Marte, Término y Juventas, que no quisieron de modo alguno cederle su lugar, no obstante ser el mayor y su rey; pues según refieren sus historias, queriendo el rey Tarquino fabricar el Capitolio y observando que el paraje que le parecía más digno y acomodado para levantar una fábrica tan suntuosa le tenían ya ocupado algunos dioses extraños, no atreviéndose á deliberar cosa alguna contra la voluntad de éstos, y creyendo que de su voluntad gustosamente cedería el lugar á un dios tan grande y que era su príncipe (por haber copiosa abundancia de ellos en el Capitolio), tomando su agüero procuro saber por el oráculo si querían conceder el lugar á Júpiter, y todos convinieron en desocuparle, á excepción de los referidos Marte, Término y Juventas: por esta causa se dispuso la fábrica del Capitolio de tal modo que quedaron igualmente dentro de él estos tres, tan desconoci-