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La ciudad de Dios

re y reverencie al Dios dador de la felicidad, á quien no le basta ni satisface la misma felicidad; pero al que le es suficiente (pues que no tiene el hombre objeto que deba desear mas) sirva á un sólo Dios dador de la felicidad. No es éste el que ellos llaman Júpiter, porque si le reconocieran á éste por dispensador de la felicidad, sin duda que no buscaran otro ú otra del nombre de la misma felicidad que les concediera esta particular gracia, ni fueran de dictamen que debían adorar al mismo Júpiter siendo tan criminoso; porque de él dicen que es adúltero con mujeres ajenas, y el mismo que torpemente amó al otro hermoso jovencico.



CAPÍTULO XXVI

De los juegos escénicos que pidieron los dioses & los que los adoraban, que se los celebrasen.


Pero crímenes tan obscenos los finge Homero, dice Tulio, así como las acciones humanas que transfirió á los dioses, y yo quisiera más que trasladara las divinas.

á nosotros. Con razón desagradó á tan eximio orador y filósofo la relación del poeta, porque en ella no hizo más que suponer falsamente culpas y crímenes de los dioses: mas ¿por qué causa celebran los juegos escénicos, donde estos delitos se cantan y representan en honor de los dioses, y los más doctos entre ellos los colocan entre los ritos tocantes al culto divino? Aquí pudiera exclamar Cicerón, no contra las ficciones de los poetas, sino contra los institutos y costumbres de sus inayores. Pero acaso no debían exclamar también ellos en su defensa, diciendo en qué hemos pecado nosotros?

Los mismos dioses nos pidieron que hiciéramos estos