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La ciudad de Dios

va, le dura despues para siempre» (1). Introduce, pues, Virgilio á Juno, enojada y contraria de los troyanos, que dice á Eolo, rey de los vientos, procurando irritarie con tra ellos: «Una gente enemiga mía va navegando por el mar Tirreno, y lleva consigo á Italia, al llión y á sus domésticos dioses vencidos» (2); y es posible que unos hombres prudentes y circunspectos encomendasen la custodia de su ciudad de Roma á estos dioses vencidos, sólo con el objeto de que ella jamás fuese entrada de sus enemigos? Pero á esta objeción terminante contestarán alegando que expresiones tan enégicas y coléricas las dijo Juno como mujer airada y resentida, no sabiendo lo que raciocinaba. Sin embargo, oigamos al mismo Eneas, á quien frecuentemente llama Pío, y atendamos con reflexión á su sentimiento: «Ved aquí á Panto, sacerdote del Alcázar (3), y de Febo, abarcado él mismo con los vencidos dioses, y con un pequeño nieto suyo de la mano que, corriendo despavorido, se acerca hacia mi puerta.» No dice que los mismos dioses (á quienes no duda llamar vencidos) se los encomendaron á su custodia, sino que no encargó la suya á estas deidades, pues le dice Hector (4) «en tus manos encomienda Tro(1) Horacio, ep. 2.

Qua semel est imbuta, recens servabit odorem.

Festa diú, (2) Virgil., Eneida, 1.

Gens inimica mihi Tyrrhenum navigat æquor, Ilium in Italium porteans, victosque Penater.

(8) Virgil., Eneida, 2.

Ecce autem telis Panthus elapaus Archívum Panthus Otriades, avis Phæbique Sacerdos, Sacra manu, victosque Deos, parvumque nepotem Ipse trahit, cursugue amens ad limina tendit?

Hector sacra, suosque tibi commendat Troya Penates.