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San Agustín

ble, pues aun entre los doctos se suele decir que lo superfluo no daña; pero ¿cuáles son aquellas particularidades que, publicadas, dañan al vulgo? Éstas dice que no son dioses como Hércules, Esculapio, Castor y Polux, mediante que escriben los doctos que fueron hombres, y que murieron como hombres: y lo superfluo ¿qué es, sino que de los que son realmente dioses no tenían las ciudades verdaderos simulacros ó imágenes, porque el que es verdadero Dios no tiene sexo, ni edad, ni ciertos y determinados miembros del cuerpo?

Estas futilezas no quiere el pontífice que las sepa el pueblo, porque no las tiene por falsas: ¿luego opinó es bueno que sean engañadas las ciudades en el punto de religión? Lo cual no duda afirmar el mismo Varrón en los libros de las cosas divinas. ¡Graciosa religión para que acuda á ella el enfermo en busca de su remedio, é indagando él la verdad para libertarse, creamos que le está bien el engañarse en las mismas historias! No se omite tampoco la razón por qué Scévola no admite el género poético de los dioses; y es porque de tal manera afean y desfiguran á los dioses, que aun no se pueden comparar á los hombres de bien, haciendo al uno ladrón y al otro adúltero. Y á este mismo tono ha cen que digan ó hagan algunas cosas fuera de su orden natural, torpe y neciamente, publicando que tres diosas compitieron entre sí sobre quién llevaría el premio de la hermosura, y que las dos, por haber sido vencidas por Venus, destruyeron á Troya; que el mismo Júpiter se convirtió en toro ó en cisne para conseguir la posición de una beldad; que las diosas se casan con los hombres; que Saturno se comía sus hijos; y, en efecto, no se puede fingir engaño alguno sobre horrendos monstruos, ó criminalidad de vicios que no se halle allí; todo lo cual es muy ajeno de la naturaleza de los dioses. ¡Oh Soévola, pontifice máximo! Destierra los juegos si puedes,